Como publicaba hace poco la revista The Lancet, el personal sanitario de China fue el primero en enfrentarse al nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Con la enorme presión que supone sumar al alto riesgo de infección al que se enfrentaban, una tremenda sobrecarga de trabajo, la frustración, el agotamiento físico y mental, la situación de aislamiento y la gestión de gran cantidad de pacientes con emociones negativas.

En un principio parecía que aquí iba a tener menor repercusión. Al fin y al cabo, se trataba de un país lejano, y España dispone de un nivel sanitario excelente. Pero en poco tiempo la realidad ha cambiado nuestro punto de vista. En estos días he tenido ocasión de hablar con varios profesionales del SUMMA 112. Y he llegado a la conclusión de que, en estos momentos, los sanitarios de la Comunidad de Madrid se sienten:

Frágiles. Con miedo a ser infectados debido a la falta de materiales de protección. Es tal el miedo a poder contagiar a sus familias que algunos incluso optan por mantenerse aislados de ellas durante algún tiempo.

Desorientados por la avalancha de información y los constantes cambios en los protocolos de actuación. Lógicos porque la progresiva acumulación de conocimiento sobre el virus hace que diariamente reciban múltiples comunicaciones sobre cómo proceder. Pero no por ello menos desconcertantes.

Sobrecargados y agotados. Con un gran volumen de pacientes para atender, haciendo guardias de 12 y 24 horas. Lo peor es que se ven obligados a tomar continuamente decisiones que suponen un serio dilema ético, enfrentados a pacientes que por su edad y múltiples patologías no van a responder a un tratamiento agresivo. En condiciones habituales esta decisión tendrían que tomarla cada cierto tiempo, no varias veces en una sola jornada laboral.

Impotentes. Viendo a pacientes morir solos, a familiares buscando a sus seres queridos para descubrir más tarde que han fallecido. Les gustaría poder hacer más de lo que hacen.

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