A nadie escapa que las actuales circunstancias son excepcionales y penosas. Muchas cuestiones se han visto afectadas, también la universitaria. En un buen número de países las universidades han cerrado sus campus y muchas de ellas, eminentemente presenciales, han tenido que adaptarse rápidamente al entorno virtual. Quien sabe si esa transformación será solo para salir del bache o reconfigurará la propia formación universitaria, lo que parece claro es que está removiendo el amor a la universidad.

Sí, en circunstancias como las actuales brillan de manera especial los flechados por la causa universitaria y, muy a nuestro pesar, también destacan sobremanera los que están enamorados de una universidad a la carta, por decirlo de una manera decorosa. Veamos qué es una cosa y qué es la otra, pues en un asunto tan importante como este no deberíamos confundir churras con merinas.

El amor universitario a la carta

Si en condiciones normales ya hay personas que malinterpretan el amor a la universidad, qué no ha de pasar estos días de desconcierto y confusión. Nos referimos a esos profesores y estudiantes que creen que la universidad debe adaptarse a sus necesidades, gustos y preferencias.

Por supuesto, no hay que confundir a estas personas con aquellas otras que ahora no disponen de los recursos necesarios y solicitan ayuda para poder cumplir con sus tareas universitarias. Sobra decir que a estas últimas hay que asistirlas todo lo necesario y más.

Estamos hablando de individuos universitarios que reclaman una universidad a la carta, ahora especialmente, y eso es algo que suele traducirse como una universidad que actúe según dicta la ley del mínimo esfuerzo. El profesor que en un estado de normalidad ya no se preparaba las clases, podemos imaginar lo que hace ahora, o mejor dicho, lo que no hace; y el estudiante que aparecía y desaparecía por la universidad como el Guadiana, ahora ya ni está ni se le espera.

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