En estos momentos resulta difícil vislumbrar el día en que la pandemia del coronavirus devenga un recuerdo del pasado. Las consecuencias de esta crisis global, que afecta a todos y no entiende de nacionalidades, etnias, convicciones o patrimonios, son difíciles de imaginar. Pero cuando llegue ese día, ¿habremos cambiado sustancialmente? ¿O la sociedad volverá a sus inercias actuales?

Cuesta concebir un peligro social potencialmente más instructivo por su carácter igualitario que la incomparable amenaza del Covid19. Se trata de una cuestión global que no puede abordarse con eficacia recurriendo a recetas locales y que precisa de una cooperación universal desde una óptica cosmopolita

Aunque no sea este el momento para reivindicaciones ideológicas o sociales, al menos hasta rendir al adversario, esta crisis puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de un enorme importancia. Puede variar por ejemplo la mentalidad hegemónica del sálvese quien pueda, imperante desde la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría.

¿Podría esta pandemia global dar lugar a una suerte de revolución social? Una revolución tan inédita como la propia pandemia. Que fuese acometida sin estridencias y se viera consumada mediante reformas de gran calado. Que contemplara unas reglas de juego menos determinadas por los intereses estrictamente económicos. Que generase un contrato social de nuevo cuño, presidido por las prioridades vitales de todos los ciudadanos.

La extrema desigualdad no es sostenible

Esta crisis carente de precedentes puede hacernos comprender que la actual desigualdad social, cada vez más acusada, no es sostenible a medio y largo plazo. Los beneficios desmesurados de la especulación deben tender a moderarse y no suponer el único modelo social a seguir. Las rentas del trabajo han de apreciarse como merecen, para reactivar un consumo atemperado en el que no se solicite tanto lo superfluo.

Puede hacernos revisar nuestro desfallecido aprecio por la moral del esfuerzo.

 » Leer más