Basta cualquier nuevo dato sobre el coronavirus de Wuhan para desencadenar una ola de teorías conspirativas. Buen ejemplo de ello es la constatación de que la enfermedad afecta sobre todo a varones asiáticos de edad avanzada y con problemas de salud crónicos. Ese perfil resulta bastante lógico si se tiene en cuenta que China es el epicentro de la epidemia, que en la provincia de Hubei la población de otras razas es casi inexistente, y que la neumonía afecta al sistema respiratorio y que cualquier debilidad incrementa sus consecuencias.

No obstante, ese apunte sobre la demografía de la enfermedad ha sido suficiente para desencadenar rumores descabellados sobre la posibilidad de que el virus haya sido desarrollado utilizando técnicas de ingeniería genética en el seno del Laboratorio Nacional de Seguridad Biológica de Wuhan, el único de nivel 4 que existe en China. El objetivo, según los ‘conspiranoicos’ que llenan las redes sociales con bulos a pesar de que el Gobierno ha anunciado que los castigará con severidad, sería diezmar la población de ancianos para evitar que sean una carga económica ahora que China envejece a gran velocidad.

Otra de las teorías más extendidas subraya que la mayoría de las víctimas mortales son hombres. Sus adeptos creen que el fin de este virus a la carta puede no ser eliminar ancianos sino limar la disparidad de género de un país en el que viven 30 millones de hombres más que de mujeres. Un tercer grupo apuesta por otra teoría: que el virus ha sido desarrollado por científicos pero ha ‘escapado’ del laboratorio de forma accidental, razón por la que los dirigentes tardaron tanto en dar la voz de alarma.

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No obstante, la teoría conspirativa más popular no ubica el origen del virus en China. Hay quienes están convencidos de que ha sido producido por Estados Unidos y diseminado en Hubei para dañar la economía del gigante asiático y a su población más vulnerable.

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