Es notoria la alarma que se ha generado en España con la que es la primera pandemia del siglo XXI. Hay que decir en primer lugar que la estrategia de comunicación y el planteamiento, apoyado en el criterio técnico que debe liderar y lidera el Ministerio de Sanidad, me parecen excelentes. Hay comunicación diaria y bastante transparente, y colaboración con todas las administraciones, comparecencia del propio ministro de Sanidad en el Congreso de los Diputados incluida. Se ha seguido una estrategia lógica de contención, recomendada por la propia Organización Mundial de la Salud y el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades. Hasta ahí bien. Lo que ha ocurrido estos últimos días, especialmente en tres comunidades autónomas, se inició aparentemente de forma brusca, y significó un número en ascenso de casos posibles, especialmente en los servicios de urgencias y emergencias. Se produjo un número significativo de ingresos de pacientes, en su mayoría vulnerables, en los servicios de Medicina Interna, que precisaron en un porcentaje no desdeñable atención en las Unidades de Cuidados Intensivos. En este momento nos encontramos en una lucha encarnizada y terrible contra el tiempo y un riesgo cierto de colapso de no pocos hospitales en la Comunidad de Madrid, aún a pesar de haberse suspendido toda la actividad sanitaria programada no indispensable, y después de haber sido ya declarada zona de riesgo en el último protocolo del Ministerio de Sanidad.

Ya hemos hablado de la estrategia política. Desde el punto de vista técnico, y desde una visión puramente asistencial, que implica el contacto a diario frecuente con pacientes sospechosos y numerosos confirmados (créanme, eso agudiza el ingenio y la responsabilidad) y, consecuentemente, desde el profundo conocimiento y la legitimidad, hay algunos aspectos interesantes a comentar. Esto va dirigido a los técnicos reales, que los hay, y otros supuestos. En este país hay una tradición importante de escuelas médicas: Gregorio Marañón, Farreras, Jiménez Díaz, Casas,

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