Todo estudiante conoce la frustración de darse cuenta de que, tras horas en el escritorio sentado frente al libro, sigue igual que al principio. Este fenómeno tan desesperante es más común de lo que podríamos pensar, no significa que tengamos ningún problema en particular y, de hecho, tiene una sencilla explicación científica.

Culpa del estrés

Para entender por qué nos pasa esto, pongámonos en situación. Imaginemos que somos un o una adolescente, en el día anterior a un examen importante. Son ya las 23.00 horas, y aún seguimos frente a los apuntes, el libro de texto y los esquemas o resúmenes, bajo la luz abrasiva del flexo.

Nos disponemos a dar un repaso final a todo el contenido que entra en la prueba… sólo para darnos cuenta de que cada pregunta que nos hacemos nos obliga a comprobar nuestras notas.

La situación es ciertamente estresante, en parte por la preocupación por el resultado del examen, en parte por el tiempo dedicado a estudiarlo que se percibe como inútil y en parte por la anticipación de las horas que aún prevemos que tendremos que dedicar a memorizar la materia.

Pues precisamente en ese estrés está la clave. Así lo explica la terapeuta ocupacional Catalina Hoffmann en su libro Neurofitness: «Nuestro cerebro,

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