No es casualidad que, cada vez que nuestro cuerpo demanda ingesta de alimentos, se incremente nuestra movilidad y agilidad mental. A lo largo de miles de años de evolución se han potenciado los mecanismos biológicos que aseguran que conseguimos suficientes nutrientes para nuestro organismo.

The Conversation

Concretamente, la demanda alimenticia aumenta la memoria. ¿Por qué? En esencia, porque ayuda a afrontar la falta de nutrientes.

Entre otras cosas, con hambre crece nuestra habilidad para orientarnos en el entorno, denominada memoria espacial. A nuestros antepasados, eso les ayudaba a recordar el camino para llegar a esa planta cargada de frutos, o bien al río del que bebían sus potenciales presas.

La restricción calórica mejora la memoria

Cuando escasean los nutrientes, las primeras en espabilar son las neuronas del hipocampo. Se trata de una estructura cerebral fundamental en nuestra memoria declarativa, que nos permite decir cosas como: “Recuerdo que ayer desayuné café y tostada”. Y también forma parte esencial de nuestra memoria espacial de manera que, cuando se daña, como ocurre en los pacientes con demencia tipo alzhéimer, las personas no recuerdan qué hicieron (memoria declarativa) y se desorientan incluso en entornos bien conocidos como su hogar (memoria espacial).

Pues bien, se ha demostrado que en dietas con restricción calórica el número de neuronas del hipocampo crece y se incrementa su funcionalidad.

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