Carla tiene cinco años y un diminuto dispositivo en el corazón que lleva ahí desde que pesaba menos de un kilo. Uno de los muchos inconvenientes de nacer prematuro es que permanece abierta una cavidad entre el corazón y los pulmones que se cierra sola con la propia respiración en el resto de los bebés. Si no se soluciona con restricción de líquidos y diuréticos, como primera opción; ni con ibuprofeno, como segunda, la tercera vía ha sido tradicionalmente una operación a corazón abierto. Hasta hace unos años, cuando en el hospital Gregorio Marañón de Madrid idearon una solución cuyo uso regular han aprobado este año las agencias de medicamentos de Estados Unidos y Europa.

Carla fue la 13ª bebé del hospital a la que se le implantó este pequeño cacharro que tapona ese hueco: el ductus. El doctor José Luis Zunzunegui, jefe de la Unidad de Hemodinámica Infantil del centro, reunió a sus padres para explicarles que había un método experimental que no requería cirugía: “Se introduce una vía por el fémur que llega al corazón. Por ahí se mete el dispositivo, que se suelta en el lugar preciso, se abre y tapona el orificio”.

Raquel Prudencio, madre de Cara, que es enfermera del mismo hospital, no lo dudó. “No sabía muy bien de qué me estaba hablando, pero una vía siempre será mejor que una operación”. Y José María Huertes, el padre, aceptó sin rechistar la opinión de los expertos. “Nos íbamos a ir a tomar café para esperar el procedimiento. Cuando estábamos saliendo, el equipo médico vino a hablar con nosotros. Inmediatamente pensé que no lo habían conseguido, que venían a decirnos que habían fracasado. Pero ya estaba hecho, creo que no tardó ni 10 minutos”, cuenta Prudencio mientras ve jugar a su hija perfectamente sana, únicamente con los retrasos de maduración propios de un bebé que nació tras cinco meses de gestación y con solo 450 gramos de peso; lo que sin el trabajo de un puntero equipo de neonatólogos habría terminado en un aborto.

Para evitar aquella operación a corazón abierto,

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