—¿Dónde está Eftu?— pregunto al entrar en la sala de pediatría del hospital.

El astro rey anuncia un nuevo día para los más afortunados, para otros será el último. Cientos de madres con sus hijos esperan ser visitadas. No me he parado a contarlas. Estoy demasiado preocupado en busca de Eftu.

—¿Dónde está Eftu?—, pregunto de nuevo.

Pienso en Eftu. Por la noche apenas pude conciliar el sueño. Cerraba los ojos y aparecía con total nitidez su mirada. Me levanté. Encendí una vela, pues se había ido la luz, cogí una libreta y empecé a escribir. Empecé a escribir lo que sentía, la angustia, la rabia, la impotencia… No me puedo quitar de la cabeza la primera vez que lo vi, entrando por la puerta, en brazos de su madre, gravemente enfermo. Apenas me pude fijar en la madre; mis ojos se centraron en el pequeño niño que miraba sin ver.

Eftu tenía un aspecto medio moribundo, dos o tal vez tres años de vida, pero sin fuerzas para sostenerse en pie. Su madre lo sujetaba en el regazo, con la mirada triste, perdida, casi sin esperanza, casi… Aún tenía algo de esperanza. Recuerdo cómo tomé una cinta métrica pintada con tres colores, rojo, amarillo y verde y se la puse a nivel de la parte superior del brazo para medir el perímetro braquial y evaluar el estado nutricional. Ajusté la cinta al pequeño bracito y leí el resultado tembloroso. Rojo y 8,2 centímetros, ese era el resultado. Eftu presentaba una desnutrición aguda severa.

Mientras lo examinábamos, un líquido amarillento mojó toda mi bata blanca. Pensé que había orinado, pero la madre me dijo que no era orina, eran heces. Eftu tenía una diarrea que era agua. Apenas podías diferenciar la orina de las heces. Heces de orina le llaman. La situación de Eftu es agónica.

Esta deplorable situación, favorecida por la extrema debilidad como consecuencia de no haber comido decentemente nunca, era causada por una diarrea,

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