La cancelación del Mobile World Congress que debía celebrarse entre el 24 y 27 de febrero ha convertido a Barcelona en una de las principales víctimas, fuera de China, de la epidemia del coronavirus Covid-2019. Pero no por la amenaza directa del mismo, sino por la reacción histérica que ha provocado. El miedo ha demostrado ser más contagioso que el propio virus y ha alcanzado a Barcelona, donde no existen motivos de alarma. Los organizadores de la feria de telefonía más importante del mundo, a la que se esperaban 110.000 asistentes, decidieron el miércoles cancelar el encuentro ante el goteo de deserciones. Una treintena de empresas habían anunciado que no acudirían para evitar riesgos, pero el número total de expositores y empresas inscritos superaba los 2.800.

Como han reiterado las autoridades sanitarias, la decisión se ha tomado sin que existan razones de salud pública que la justifiquen. Se ha actuado como si hubiera un alto riesgo de epidemia, cuando solo hay miedo a esta. Las explicaciones que ayer dieron los responsables del Mobile — “dar prioridad a la salud y la seguridad”— no son convincentes. Los organizadores de eventos tan relevantes deberían tener el temple de tomar decisiones ajustadas a la realidad, y no dejarse arrastrar por meras hipótesis amparadas en puras conjeturas.

Habrá que analizar también si las medidas de seguridad adicionales a las recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que adoptaron ante las primeras cancelaciones, no produjeron el efecto contrario del que pretendían y alimentaron la alarma que condujo a la cadena de bajas. Con el ánimo de tranquilizar y dar la impresión de control, anunciaron que se prohibiría la entrada de viajeros procedentes de Hubei, una medida superflua, pues los habitantes de esa región ya están confinados y no pueden viajar. Luego se dijo que tampoco se permitiría la entrada de personas que no pudieran acreditar haber estado fuera de China los 14 días anteriores. Ninguna de estas prevenciones era exigida por las autoridades sanitarias y pudo tener un efecto bumerán, como suele ocurrir con las reacciones compulsivas que no responden a criterios racionales.

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