Los folletos para turistas dirán que Buenos Aires es la cuna del tango y que aquí se come la carne más rica del mundo. “Bi-fe-de-cho-ri-zo”, aprenderán a pedir con dificultad los americanos que llegan atraídos por el dólar alto. Las guías más sofisticadas destacarán que este es el país de las mil crisis y que esta capital aún, pese a los golpes, parece muy europea. Sin embargo, en esos retratos aun no se cuenta de un fenómeno muy nuevo que, de alguna manera, refleja el alma de las principales ciudades argentinas. Cualquier visitante notará que cada 100 metros, esto es, cada minuto y medio, se cruzará con una mujer que lleva un pañuelo verde.

No es una moda: es uno de los estandartes más populares de la Argentina del 2018. Está en cada bar, en cada escuela, en cada vagón de subte, en los clubes, en las plazas y en las universidades. El pañuelo verde es un símbolo de algo trascendente que ocurrió en el año que termina.

El 2018 será recordado en este país por varias cosas. Fue, por ejemplo, el año en que Boca y River llegaron por primera vez juntos a la final de la Copa Libertadores de América. Pero la violencia impidió que esa final se jugara en la Argentina. Fue un año espantoso en términos económicos: la Argentina se hundió en una de sus cíclicas crisis. Fue, además, el año en que, por primera vez, la Justicia se animó a investigar a los principales empresarios del país. Y también fue el año de los pañuelos verdes.

Esta historia empieza en 2003 cuando, durante un encuentro de mujeres, fueron distribuidos 5.000 pañuelos verdes. Eran el símbolo de la lucha por la legalización del aborto, que apenas se insinuaba. Desde entonces, el movimiento feminista creció geométricamente. Año tras año, los encuentros de mujeres son más numerosos y diversos. Las marchas por el Día Internacional de la Mujer son combativas y kilométricas. Como consecuencia de todo eso, a principios de año, antes de otra manifestación, el Gobierno anunció que impulsaría el debate sobre el aborto en el Congreso.

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