Hijo de un carpintero y una modista, René Favaloro siempre estuvo familiarizado con el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio y el conocimiento. En verano se transformaba en un trabajador más a las órdenes de su padre y, gracias a su abuela materna, también disfrutó desde su niñez del amor por la naturaleza.

Nació muy cerca del Hospital Policlínico de su ciudad, La Plata, y tal vez por eso a los cuatro años el pequeño René empezó a decir que de mayor quería ser “doctor”. Quizás también influyó los días que pasaba en la casa de su tío médico, con quien tuvo la oportunidad de conocer de cerca el trabajo en un consultorio y con las visitas a domicilio, pero la esencia de su espíritu siempre tuvo que ver con los valores que le fueron inculcando en su casa y en las escuelas donde estudió.

Aprovechó las prácticas como nadie, realizó más guardias que ningún compañero y siempre visitaba por la tarde a sus pacientes tratándolos de manera familiar. «Todo médico, y en este caso yo diría todo científico, tiene que consagrar su vida al servicio de la humanidad», repetía René Favaloro ya como doctor consagrado.

Su vida está llena de giros inesperados que fueron fraguando su trayectoria: estuvo 12 años de médico rural en un humilde pueblo cuando todo indicaba que aceptaría una plaza de médico auxiliar en su ciudad, se decidió a viajar a Estados Unidos para perfeccionar sus conocimientos a pesar de su limitado inglés y confió en sus posibilidades hasta el extremo al realizar el primer ‘bypass’ aortocoronario de la historia, una técnica que hoy salva millones de vidas en todo el mundo. Todo y siempre con su lema de “conocer el alma del paciente para poder curar su cuerpo”.

Su sentido social de la medicina lo trasladó a una Fundación con su nombre y en la que operaban gratis al que no pudiera pagar. Sin embargo, el modelo de gestión económica de la Fundación no resistió ni el paso de los años ni la crisis argentina y entró en una grave crisis económica que Favaloro no pudo superar.

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