El consumo de tabaco y alcohol deja su huella en los adolescentes casi desde el primer cigarrillo o la primera calada. Además, el daño de ambas drogas, que a menudo se consumen a la vez por las mismas personas, se acumula, según un estudio con información de la cohorte ALSPAC, que reúne datos de 14.000 adolescentes británicos y que ha publicado European Heart Journal.

Para llegar a la conclusión los investigadores, liderados por Marietta Charakida del University College de Londres, han medido la velocidad del pulso sanguíneo que va de la arteria carótida a la femoral (PWV) en jóvenes que no fuman ni beben, en los que fuman, los que beben y los que hacen ambas cosas. “Esta medida es la que se utiliza para estudiar el daño arterial y la rigidez de los vasos, por lo que resulta un marcador que nos aporta información sobre la posibilidad de desarrollar enfermedad arterial de manera más precoz”, explica Vicente Arrate, presidente de la sección de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). De una manera resumida, los adolescentes que no beben ni fuman tienen una velocidad de este pulso de unos 5,7 metros por segundo de media. Si beben o fuman, este valor sube a alrededor de 5,8. “Uno de los puntos más significativos de este registro es que los que dejaron de fumar durante el seguimiento recuperaron su salud arterial”, detalla el cardiólogo.

Arrate aclara, sin embargo, que la relación entre esta forma de medir la rigidez arterial y los eventos cardiovasculares está muy estudiada en personas mayores y no en jóvenes. “Cuando hablamos de estos riesgos hablamos de probabilidades, y eso es muy difícil de determinar. Lo que está claro es que el efecto aparece desde las primeras copas y que si no se cambian los hábitos irá en aumento”, añade. Con la PWV no sucede como con la tensión o el colesterol, donde hay límites para los valores que se consideran saludables, advierte Arrate. Pero la literatura ofrece algunas pistas,

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