Cuando ha pasado ya casi una semana desde que surgieron las primeras infecciones del coronavirus en la región de Lombardía, Italia trata de superar la primera fase de pánico. Beppe Sala, alcalde de Milán, la ciudad más pujante del país pero que vive estos días una extraña falta de actividad por las restricciones motivadas por la epidemia, ha pedido la vuelta a la normalidad lo antes posible.

El presidente lombardo, Attilio Fontana, también se ha manifestado en los mismos términos, aunque a él mismo le toca llevar mascarilla y mantenerse en cuarentena después de que una estrecha colaboradora diera positivo por coronavirus. El último balance de la enfermedad, facilitado este mediodía por Protección Civil, es de 528 contagios, 14 muertos y 37 curados. Los fallecidos eran personas ancianas con problemas de salud previos.

El pánico por la epidemia está provocando un gigantesco daño a la economía italiana, principalmente al turismo, un sector que representa el 13% del PIB nacional. Sólo en reservas canceladas en hoteles, ‘bed and breakfast’ y agencias de viaje para el mes de marzo se han perdido 200 millones de euros, según una estimación de la patronal Assoturismo que no contempla el gasto que dejarán de hacer los visitantes en bares, tiendas, transportes y restaurantes.

Según lamentó Vittorio Messina, presidente de Assoturismo, «en la historia reciente» este sector italiano «nunca había vivido una crisis como esta: es el momento más oscuro, ni siquiera el 11-S había pesado tanto». Incluso en zonas alejadas de los once municipios de Lombardía y Véneto que se encuentran en cuarentena los efectos son devastadores. En Roma las cancelaciones de las reservas llegan al 90%, mientas que en Sicilia son del 80%. «Si la situación de pánico generalizado continúa, miles de empresas, en particular de pequeñas dimensiones, entrarán antes o después en crisis de liquidez y luego tendrán que cerrar», advirtió Messina.

El ministro de Asuntos Exteriores,

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