Ruth no quería jugar, recuerda su madre Olga Martínez. Se sentaba en el sofá, nada le apetecía. Tenía tres años y hasta entonces presentaba la inquietud habitual de los críos de esa edad. Pero Ruth había comenzado a quedarse dormida en cualquier momento. La madre acudía al pediatra, que la palpaba y le decía que no había nada extraño. Pero la niña empeoraba y la madre volvía a la consulta: no está bien, insistía. El pediatra pidió un análisis de orina. Todo está bien, la calmó. Ruth comenzó con sangrados nasales. Le salieron hematomas en los ojos, «como si le hubieran pegado», dice Olga Martínez. El médico de cabecera de la niña quiso medir entonces los niveles de hierro. Nada, dictaminaba.

La madre decidió ir a Urgencias. «Hay médicos que saben de qué le hablas, pero otros no», afirma. «Una doctora intentaba convencerme de pedir una cita en el especialista, me pedía que me fuera. Me negué». Ruth ingresó, y cinco días después ya necesitaba una transfusión de hemoglobina. La llevaron al Hospital 12 de Octubre, donde empezaron las pruebas buscando descartar los peores pronósticos. Primero un tipo de cáncer infantil. Luego otro.

REIVINDICACIÓN:

33%

Es el grado mínimo de discapacidad que han pedido las familias de niños con cáncer que se reconozca para sus hijos desde el momento del diagnóstico. La Federación Española de Padres de Niños con Cáncer ha reivindicado la eliminación de las barreras que surgen tras un diagnóstico de cáncer infantil en el entorno familiar.

Hasta que llegó lo más temido para una madre. El diagnóstico fue de neuroblastoma. Tres niños son atacados por un cáncer cada día en España. En 2020, serán 1.006 niños (hasta 14 años), según el Observatorio de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) y del Registro Nacional de Tumores Infantiles, una cifra que se eleva hasta los 1.400 si se incluyen a los adolescentes. Principalmente se tratan de leucemias (30%),

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