Hace dos meses murió el primer médico por la Covid-19. Francesc Collado Roura tenía 63 años y se había especializado en robarle minutos a la muerte. Pertenecía al servicio de Cuidados Paliativos del Hospital de Barcelona y se había especializado en la atención al enfermo crónico pluripatológico, dentro de ese mismo centro sanitario. Este hombre de espesa barba negra también padecía un cuadro de hipertensión arterial, obesidad y fibrilación auricular. Era compasivo. A sus pacientes, tanto los que tenían múltiples enfermedades invalidantes como los que estaban en fase terminal, los atendía en sus propias casas para darles confort en el tiempo final.

Collado Roura también atendía una consulta privada, con varios casos de «patología respiratoria aguda». Quedaba en el barrio de Sants de Barcelona y tenía «aires setenteros», según uno de sus pacientes. «Él es un médico de 10, excelente profesional». Diez días antes de morir comenzó a sentir los síntomas de una enfermedad de la que se desconocía aún lo poco que ya se sabe. Tenía fiebre, tos, mocos, malestar, dijo entonces. Su hijo, que lleva su mismo nombre y ejerce en el hospital de Bellvitge, le recomendó ir a Urgencias. Él desestimó su gravedad. No quería preocupar. El 12 de marzo los signos de la Covid-19 no remitían y su hijo fue a su casa con una prueba PCR. Dio positivo.

Casado y padre de dos hijos, a Collado Roura le costaba respirar, tenía ahogos, describió su hijo a una revista clínica. Al parecer ya saturaba poco y su cuerpo se quedaba sin oxígeno. Pero él, que como perito se había especializado en la «valoración del daño corporal» y había ejercido de forense, paradójicamente no valoró los estragos que el virus hacía en su organismo.

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Por fin, ante la insistencia de su hijo, admitió que tenía dificultades pulmonares. Un ambulancia lo trasladó a su centro médico poco después del mediodía del 18 de marzo.

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