Cada año, unos 100.000 españoles sufren un infarto. Ninguno de ellos padece después una reducción de la capacidad del ventrículo izquierdo de contraerse y bombear sangre. Sin embargo, los cardiólogos le recetarán un fármaco para evitar esa lesión que no tienen. Los fármacos en cuestión se llaman betabloqueantes. Son baratos, pues las patentes ya han expirado y se recetan de por vida. Tomarlos de forma continuada puede tener efectos secundarios como astenia, debilidad y disfunción eréctil.

“Pensamos que en torno a un millón y medio de personas en España pueden estar en esta situación”, explica Valentín Fuster, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). El cardiólogo es uno de los investigadores principales de un estudio que durante los próximos cuatro años analizará este problema en 8.500 pacientes. “Nuestra hipótesis es que entre un 25% y un 35% de los pacientes que tienen un infarto no necesitan tomar estos fármacos y eso es lo que vamos a intentar demostrar”, explica Borja Ibáñez, cardiólogo del CNIC e investigador principal del ensayo.

En la actualidad, las guías de práctica clínica en Europa y América recomiendan el uso de betabloqueantes tras un infarto agudo. Estos fármacos, con nombres comerciales como Bisoprolol, Carvedilol o Propranolol, reducen la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la fuerza de contracción del corazón para mejorar su funcionamiento cuando tras un infarto se ha producido la lesión mencionada, conocida como disfunción sistólica ventricular izquierda. “La mayor parte de las evidencias sobre los beneficios de estos compuestos vienen de estudios hechos hace 40 años, hay que reevaluarlos”, explica Ibáñez. En aquella época no se realizaba reperfusión —restaurar el flujo sanguíneo en el corazón tras el infarto— que ahora es una práctica común y que puede evitar el uso de estos fármacos.

En la mayoría de los casos, las personas que sufren un infarto sin disfunción sistólica son dadas de alta de manera casi universal con dos fármacos antiagregantes —aspirina y un inhibidor de P2Y12—, estatinas, IECAS para la hipertensión, betabloqueantes y un protector gástrico. En muchos casos se asocian otro tipo de medicaciones.

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