Daniella Blaya tiene 15 años y usa una mantita a modo de brazada desde que tenía meses de edad. “La tengo para relajarme y desconectarme de la realidad. Me gusta su tacto y textura. Si la perdiera, me acostumbraría a estar sin ella, pero prefiero tenerla. Además, debe ser esa mantita y no otra. Me ayuda a colocarme en el momento presente cuando noto la suavidad de la tela y eso me tranquiliza, porque me descargo de lo que tengo que hacer en el futuro y que me agobia”.

El entorno familiar del niño puede resultar menos amoroso, presente o expresivo de lo que necesita. Cada persona precisa una cantidad diferente de estímulos afectivos que provienen de sus progenitores y otros familiares o amigos. Las llamadas brazadas u objetos transicionales son “un acto de amor de un niño hacia un objeto. Ya lo dice la propia palabra, para darle un abrazo, porque el niño cuando crece necesita mucho ser abrazado y abrazar. Por ello, estas mantitas o peluches actúan como sustitutos de los abrazos que precisa el niño”, explica María José Lladó, psicopedagoga.

Los abrazos para los niños son como el agua para una planta, les ayudan a crecer sanos y felices y a dar sus mejores frutos. “Está demostrado que el niño, durante la etapa de crecimiento, necesita abrazos. Las razones son que ese contacto físico amoroso estimula el nervio vago y provoca que descienda la tensión acumulada durante el día. El abrazo libera dopamina y oxitocina, que son las hormonas del placer, además reduce el nivel de cortisol, asociada al estrés. Los adultos también necesitamos abrazos para estar sanos. Pero hay una serie de carencias que normalizamos y generan en los adultos adicciones, como el tabaquismo. La pregunta es, ¿cuántos padres madres o abuelos les dan a sus niños los abrazos que necesitan? Como esto no se lleva a cabo, utilizamos un sustituto, que son las brazadas”, añade la psicopedagoga, María José Lladó.

En cierta manera, la brazada u objeto especial del niño por el que siente un gran apego,

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