EL PAISAJE parece pintado en blanco y negro. Solo que el blanco es el perla de la panza de burra que cubre todo el cielo de Lima. El negro, el barro sobre el que se levantan sus casas desnudas, de ladrillo visto. El resto de colores que visten sus calles recorren de un extremo a otro bien la escala de grises, bien la de marrones. De pronto, algunas pinceladas verdes. Otras azules. Y en una de sus cuadras destaca un trazo rosa al que el polvo no deja lucir como se merece: la casa en la que viven Alix, de 11 años, y su familia en un distrito al norte de Lima. Llevan allí desde hace año y medio.


Alix, a la izquierda de la imagen, a la salida del colegio con su hermana Juliana, la segunda por la derecha, y sus vecinos.ver fotogalería
Alix, a la izquierda de la imagen, a la salida del colegio con su hermana Juliana, la segunda por la derecha, y sus vecinos.

Este hogar tiene en su interior paredes color pistacho con un pedazo en blanco por aquí y una grieta por allá. En el dormitorio, un corazón grande a rotulador con el nombre de Juliana escrito dentro y, cerca de la puerta, el móvil a bolígrafo del técnico de telefonía. Su decoración es un calcetín navideño de tela, un globo deshinchado del día de la madre, una bandera de Perú pintada con lápices de colores y un espejo que muestra más rayones que reflejos. Bien cubierto todo de polvo. Un único espacio en el que la mitad más cercana a la puerta hace de recibidor, comedor y cocina. La otra mitad, salón y dormitorio. El resto se encuentra a la intemperie. Incluido el baño, un agujero en el suelo del patio cerca del cartel roto de una antigua cevichería.

En esta casa, el despertador suena antes de las seis de la mañana. Suena para el padrastro de Alix, que trabaja de albañil, y para su madre, enfermera en una residencia de ancianos a dos horas en transporte público de su casa. Hace un turno de 24 horas, así que una de cada dos noches duerme en el centro.

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