JORGE GARCÍA
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La epilepsia es un trastorno neurológico que afecta en España a alrededor de 704.500 personas (según un estudio publicado por la Sociedad Española de Neurología en 2018), con una incidencia de 18 casos por cada 1.000 habitantes, y se caracteriza por la aparición de “ataques” en los que la persona sufre convulsiones no provocadas en todo o parte de su cuerpo y que pueden estar o no asociados a pérdida de la consciencia. La epilepsia, además, puede darse en muy diversos grados y formas, así como por distintas causas.
Si bien se conoce desde la antigüedad, no se pudo aprender en profundidad sobre ella hasta prácticamente el siglo XX, lo que llevó a que durante milenios se considerase sobrenatural y, según la cultura, se creyese que aquellos que la padecían estaban poseídos o estaban siendo castigados por los dioses.
Los avances en la investigación permitieron sin embargo que en 1873 el neurólogo John Hungling Jackson estableciese la definición que aún hoy se utiliza, y poco después se comenzasen a comercializar los primeros fármacos para tratar el problema. Desde entonces, en la mayoría de casos se trata de una enfermedad con un tratamiento fácil y asequible que no suele afectar gravemente la vida del que la sufre.
¿Qué es exactamente?
Para que se establezca un diagnóstico de epilepsia, es necesario que el paciente haya sufrido al menos dos ataques, ya que un episodio aislado puede darse en cualquier persona por diferentes causas. Estos ataques, cuyo principal síntoma es la presencia de convulsiones, son el resultado de descargas eléctricas anormales y excesivas en grupos de células cerebrales.
La gravedad de estos ataques varía desde breves momentos de “ausencia”, en los que el paciente que los sufre interrumpe súbitamente su actividad y la retoma a los pocos segundos sin ser siquiera consciente del ataque, a graves y prolongadas convulsiones corporales que pueden llevar a la persona a sufrir golpes y caídas, perder el conocimiento, y morderse con fuerza la lengua o los labios (aunque no “tragársela”,