Cuando un niño es pequeño cualquier cosa puede ser motivo de competición con sus hermanos. Desde quién es más rápido corriendo, quién dibuja o canta mejor, quién se come antes un trozo de tarta o quién quiere más a papá y a mamá. La rivalidad es tan frecuente como natural entre los pequeños, sin embargo, si no les enseñamos a gestionarla correctamente a la larga puede derivar en problemas que afectarán tanto a su relación fraternal como a la autoestima. De hecho, un estudio publicado en la revista Pediatrics, realizado entre casi 4.000 niños de Estados Unidos, reveló que aquellos que rivalizaban con mayor frecuencia manifestaban puntuaciones más altas en síntomas relacionados con la ansiedad y la depresión.

Por regla general, la competitividad entre hermanos está directamente relacionada con los celos y se origina en la mayoría de los casos por la sensación que tienen los niños de tener que ‘luchar’ – por expresarlo de alguna manera- por el amor y las atenciones de sus progenitores. Es por tanto, responsabilidad de los padres hacerles notar que les queremos y valoramos por igual, fomentar la empatía entre ellos y hacerles entender que las competiciones no tienen sentido. De esta manera, además, se les están enseñando a que en un futuro sean más tolerantes con sus iguales,

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