Cada familia debe dar el nombre de una persona. Será la única autorizada a salir a la calle, solo cada dos días y solo para comprar alimentos o medicinas. Un guardia apostado en las cercanías se encargará de tomarle la temperatura para ver que no tenga fiebre. También comprobará el nombre, el carné de identidad y el motivo para estar fuera de casa. Es una de las medidas que Huanggang, una ciudad dormitorio de 7,5 millones de habitantes vecina a Wuhan y la segunda más afectada de toda China por la epidemia de coronavirus, ha adoptado desde el sábado pasado para tratar de contener la propagación del brote. La única excepción: los que caigan enfermos, que podrán ir a que les vea un médico.

“Sí, se han puesto muy estrictos. En casa, mi madre es la autorizada para salir. Pero, por suerte, en mi calle tenemos el supermercado debajo de casa, antes de llegar a donde está el vigilante, así que bajamos ella o yo indistintamente”. Para Loski, un estudiante de 20 años de la Universidad de Tecnología de Hubei, esas salidas se han convertido últimamente en la única aventura que rompe la rutina. Todo está cerrado a cal y canto. Farmacias y supermercados, como en casi todo el resto del país, son la única excepción. Ni sus suministradores pueden entrar en la ciudad: la carga se deja en los puestos de control en los accesos, y se distribuye en vehículos autorizados.

Como otros 700.000 residentes de Wuhan, capital de la provincia de Hubei y origen de la epidemia, Loski se había desplazado unos días antes del Año Nuevo lunar a Huangang, su hogar materno, para pasar las fiestas en familia. El día 23, el súbito cierre de Wuhan primero, y Huanggang y otra quincena de ciudades de Hubei después, le dejó atrapado como a otros 46 millones de personas en una cuarentena que no sabe cuándo va a terminar.

Wuhan, de once millones de habitantes, se ha convertido en sinónimo de esta epidemia. Los llamamientos de su personal médico completamente desbordado,

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