Silencio. Ese fue el pacto de los siete hijos de Carmen Franco cuando la matriarca murió el 29 de diciembre de 2017 a los 91 años. El verano anterior anunció que padecía un cáncer terminal y que a su edad no haría nada más que esperar el desenlace. La familia tuvo tiempo para prepararse. Sabían, por la trayectoria de sus vidas, que se convertirían en foco de los medios de comunicación. El trasfondo de este interés no necesita demasiadas explicaciones: son los nietos de Francisco Franco, el dictador que rigió el destino de España durante 40 años, y la fortuna de la familia se ha valorado, según distintos medios, entre los 500 y 600 millones de euros. La discreción era clave para no levantar más ampollas de las necesarias y, por este motivo, hasta los más parlanchines –léase Carmen y Jaime Martínez- Bordiú– acataron los deseos de la familia. Al fin y al cabo muchas de sus exclusivas en la prensa rosa eran para ganar dinero o estaban causadas por sus escándalos. No era momento ni para una cosa ni para otra.

Ahora, casi dos años después del fallecimiento de Carmen Franco, Luis Felipe Utrera-Molina, abogado de la familia, confirma que la herencia “se adjudicó en julio de 2018 con absoluta normalidad” y que también se “pagó el correspondiente impuesto». La herencia la constituyen empresas dedicadas a negocios inmobiliarios: compra de inmuebles de renta antigua, alquileres de plazas de garaje, viviendas y oficinas situadas en varias provincias de España. También propiedades importantes por su valor pecuniario o sentimental: lo que queda de la finca rústica Valdefuentes de nueve millones de metros cuadrados de extensión de la que en 2006 se recalificaron 3,3 millones de metros cuadrados y la casa natal del dictador en Ferrol. 

El letrado de los herederos de Carmen Franco confirma que una de las joyas de esta herencia, el edificio de la calle Hermanos Bécquer, 8, de Madrid, está a la venta, pero niega que se haya cerrado ningún acuerdo.

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