Si no te has pasado el año metido en un búnker, bajo el desierto más inhóspito de la Tierra, habrás oído hablar del ayuno intermitente, la reina de las dietas de este año. Las apps que te organizan para que comas en el momento perfecto han crecido como setas en 2018, el número de búsquedas del término en Google ha doblado al de 2017 (ha multiplicado por diez el de los años anteriores) y hasta la prestigiosa revista Science ha prestado atención al fenómeno. La publicación ha recogido la base científica que la sustenta en un número espacial sobre dieta y salud, y, sí, impresiona lo que podría conseguirse con ella… si al final resulta que funciona en humanos.

La ciencia sabe que los beneficios de comer poco son excepcionales en animales. Los experimentos de laboratorio indican que un tijeretazo de entre el 15% y el 40% de las calorías previene la diabetes, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares y hasta algunos tipos de cáncer. También consigue alargar la vida de los ratones hasta en un 50%. Pero los efectos de esta reducción aún no se han comprobado solventemente en personas. Y, seamos sinceros, pasar de un tercio de la comida a la que estamos acostumbrados no parece un propósito realista.

Ahí es donde el ayuno intermitente entra en escena, con la promesa de hacer realidad los beneficios de pasar hambre sin renunciar a una sola caloría… cuando uno come, claro está. Lo único que hay que hacer, según sostienen los defensores del régimen, es aceptar intercalar periodos de privación entre comidas, o concentrar todas las ingestas del día en una horquilla de ocho horas. ¿Y eso cómo se come?

Existen dos versiones (una con más riesgos que otra)

Una de ellas, el ayuno intermitente 5:2, no impone ninguna limitación calórica durante cinco días de la semana. La contrapartida es que hay que dejar de comer sólidos por completo, o bien limitar las calorías al 25% de las habituales, durante las dos jornadas restantes. Los estudios en ratones sugieren que esta exigente dieta protege frente a la obesidad,

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