La muerte es una parte de la vida: su final. Esto no la hace indigna; en todo caso, más o menos deseable. La vida y, por tanto, la muerte pertenecen a la persona y a nadie más. ¿Cuál es el límite de dolor que un enfermo crónico e incurable puede soportar antes de desear la muerte? ¿Quién es capaz de determinar este umbral si no él mismo? Decía Séneca que hay que soportar el dolor hasta donde la razón pida, y no hasta donde exige la costumbre. ¿Qué temores hay para que estemos observando una oposición tan dura a la aprobación de una ley de eutanasia? Cuando la medicina confirma que no tiene nada que ofrecer a enfermos crónicos, incurables y con dolores progresivos que solicitan morir lo menos que una sociedad democrática y desarrollada puede ofrecerles es estudiar su solicitud al amparo de una ley adecuada.

Juan Pedraza. Madrid

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