Sala de control del área química de la fábrica de Bayer en Asturias Gianluca Battista

Pocos pueden presumir de haber viajado a la Luna. O de haber tenido un lugar en las Greguerías de Gómez de La Serna o en la celebérrima Crónica de una muerteanunciada de García Márquez. La aspirina sí puede. Esa píldora contra el dolor y la fiebre se coló en el botiquín del Apolo XI durante su expedición a la Luna y aparece citada en un centenar de obras literarias. Es uno de los fármacos más reconocidos por el imaginario colectivo y, con 120 años, se ha convertido en uno de los medicamentos más longevos del mercado. Se vende en medio mundo y, aunque es de origen alemán —donde la farmacéutica Bayer lo sintetizó y patentó—, su germen actual está en Asturias. El ácido acetilsalicílico (AAS), principio activo de este fármaco, brota de una planta de la firma germana en una pequeña cuenca minera al este de Oviedo. La factoría de La Felguera, en el municipio de Langreo, asume desde 2014 la producción mundial del compuesto químico con el que la compañía genera unos 20 millones de píldoras diarias.

Cobijada ante una imponente central térmica con los días contados, la fábrica de Bayer asoma tímidamente al otro lado del río Nalón, en la zona industrial de una cuenca minera que se apaga poco a poco tras los buenos días del carbón y el hierro. Un sauce preside la entrada, en homenaje a los ancestros de la aspirina. “Se dice que ya Hipócrates, padre de la medicina, jugaba con hojas de sauce y se las daba a la gente para quitar dolores y fiebres. Con el tiempo, los químicos descubrieron que la sustancia que está ahí dentro es la salicina, de la que puede derivarse el ácido acetilsalicílico”, explica Jorge Álvarez, ingeniero químico y director de la fábrica.

De cómo el AAS —sintetizado por el químico Felix Hoffman en 1897 y patentado por Bayer en 1899 bajo el nombre de Aspirina— llegó a fabricarse en Langreo tienen mucho que ver los avatares empresariales tras la Segunda Guerra Mundial y el carbón que avivaba entonces la cuenca minera.

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