Mirando a través de las ventanas, hay que reconocer que todos nos encontramos cada día un poco más perdidos por la falta de libertad y de interacción social. La información minuto a minuto sobre la epidemia del coronavirus, repetida en cada emisora de radio, medio online y canal de televisión, no ayudan mucho. Incluso parecen hacer más lento el paso del tiempo.

Nos ayudan bastante a sobrellevarlo las propuestas de conciertos y festivales que generosamente proponen los artistas a través de las redes sociales. Ellos nos sincronizan con su música en directo, y nos alejan un rato de las ruedas de prensa y tertulias infinitas.

Además, cada día, a las 20:00 en punto, un ritual tribal llena el espacio de aplausos. Es la manifestación diaria de que somos sociedad y aún capaces de hacer algo juntos, un respiro para el instinto social. Entre esos aplausos suenan canciones llenas de mensaje y emoción, como acompañamiento musical de la danza de las manos y de los deseos. Después, el rito y toda esa «música» cesa y volvemos al confinamiento.

La neurociencia respalda la idea de que, en el confinamiento, la música es un buen aliado. Por las razones que se exponen a continuación.

Dopamina y placer

¿Por qué la música nos resulta tan gratificante? En primer lugar, por su estructura. Las características de cada uno de los elementos que componen una obra musical han sido fruto de la evolución biológica y, por lo tanto, seleccionados entre otros muchos sonidos accesibles en el ambiente. Los sonidos sin información selectiva quedaron categorizados como «ruidos». En cambio, nos quedamos con los sonidos que transmitían información. Esto es, la música y el lenguaje.

Todo apunta a que el cerebro ha primado los sonidos que se asocian a conductas adaptativas. Un claro ejemplo son las llamadas animales al apareamiento, con composiciones a veces muy complejas formadas por repeticiones ordenadas en forma de melodías.

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