El año 2019 marcó sin duda un hito en la concienciación ecológica global, sobre todo en lo que se refiere al cambio climático. Sin duda, gracias al trabajo de Greta Thunberg y de movimientos como Fridays for Future, pero también por la concatenación de eventos meteorológicos de gran impacto a lo largo de los últimos años. La gente de la calle acepta, porque lo ve con sus propios ojos, que un cambio de gran calado se está dando en el clima, y también en el medio ambiente en el sentido más amplio. El problema es ahora conocido y, más importante, reconocido.

La degradación ambiental de nuestro planeta no solo tiene una seria repercusión en la seguridad de las personas, sino también y directamente sobre su salud. Como explica el profesor Fernando Valladares, la actual pandemia de COVID-19 ha sido favorecida por la pérdida de biodiversidad (cuantas más especies, más barreras a la transmisión de enfermedades desde los animales); además, las zonas donde la infección ha tenido mayor incidencia y letalidad, como Lombardía o Wuhan, son zonas de alta contaminación atmosférica, donde sus residentes tienen ya afectados los mecanismos de defensa de sus pulmones.

La proliferación de plásticos en toda la cadena de alimentación y en el agua, el aumento de los metales pesados, la presencia de dioxinas en todo el ambiente y muchos otros problemas completan el cuadro del impacto en la salud de la actividad humana desbocada.

La transición ecológica

Es evidente que hace falta reaccionar rápidamente y de una manera eficaz, so pena de convertir nuestro planeta en un lugar inhabitable, al menos para nuestra especie. Gobiernos y empresas han recogido el guante y están preparando los paquetes de medidas adecuados para hacer frente a la emergencia climática, y, en menor medida, al problema ambiental general. Se habla repetidamente de transición ecológica, y ya son muchos los estados que han creado sus propios departamentos y hasta ministerios para preparar esa transición.

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