UNA DE LAS terapias alternativas con más éxito es la acupuntura. Se basa en asumir que en el cuerpo existen una serie de canales por los que discurre una energía vital llamada qi (o chi), y que cualquier enfermedad se produce por un desequilibrio en ella. Un acupuntor puede restablecer el flujo de energía, y por tanto la salud, poniendo las agujas en puntos concretos. Se supone que la acupuntura es una ciencia milenaria, puesto que en un yacimiento mongol de hace 6.000 años se encontraron utensilios que sugerían su práctica. Incluso hay quien ha querido ver en los tatuajes de Ötzi, la momia que se halló en los Alpes, la indicación de puntos de esta práctica.

La realidad de la acupuntura es algo más prosaica. Es complicado pensar que hace 6.000 años había tecnología para hacer agujas finas de metal como las empleadas en acupuntura. La primera referencia escrita sobre esta práctica figura en el Libro clásico de medicina interna del emperador amarillo, escrito en el año II antes de Cristo. En Europa, la primera referencia aparece en una obra del médico holandés Willem Ten Rhijne escrita en 1682. La primera publicación en una revista médica es un artículo de The Lancet en 1836, y en 1934 el cónsul francés en China trató de introducir esta técnica en Francia, pero sin éxito. La acupuntura no se instaló definitivamente en Occidente hasta los años setenta, a raíz de la visita oficial del entonces presidente de EE UU, Richard Nixon, a la China de Mao, en la que presenciaron una demostración a la que prestó gran cobertura la prensa estadounidense.

¿La acupuntura tiene base científica? Existen varios problemas. Para empezar, la energía no es algo abstracto, sino algo medible, y nunca se ha podido determinar a cuántos julios (unidad de medida de la energía) equivale el qi. Una breve mirada a la antropología cultural china le quita hierro y agujas a la base doctrinal de la acupuntura. En la mitología china se dice que la enfermedad es causada por demonios que entran en el cuerpo,

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