«En 2001 conocí al amor de mi vida. Cuatro años después se hizo un examen médico y yo fui a por sus resultados. En el bus les eché un ojo por hacer algo, y mi sorpresa fue cuando llegué a la casilla del VIH y vi que marcaba positivo. En ese momento pensé: ‘Uaaau, ¿cómo se lo digo?». Cándida Álvarez, nacida en Ourense en 1958 pero emigrada a Argentina de niña, confirmó después que ella también era portadora del virus. Y también tenía hepatitis C.

«Fueron apareciendo sentimientos de a poco. La noticia me devastó. Sabía que no me iba a morir, pero aun así tenía miedo de no ver crecer a mi hijo (nacido de una relación anterior y libre del virus). Fue duro decírselo. Tenía 14 años. Miró a mi marido como buscando un culpable. Aparte de eso, se truncó mi vida sexual… En general tienes que reacomodar todas las áreas de tu vida. Al poco, decidimos mudarnos a España y aquí comenzamos el tratamiento», explica esta gallega de acento argentino. En 2014 fundó en Vigo Agavih, una asociación de apoyo a las personas con VIH.

El incremento del acceso a los medicamentos y su constante mejora a lo largo de los años ha hecho que las muertes relacionadas con esta condición se reduzcan un 33% en todo el mundo, pero la epidemia sigue presente. Un total de 38 millones de personas viven con el virus y solo en 2018 se le detectó a 1,7 millones de pacientes, según datos de ONUSIDA. En todo el mundo, las enfermedades relacionadas con el sida son la principal causa de mortalidad entre las mujeres entre 15 y 49 años.

Mujeres y hombres afrontan el diagnóstico de forma diferente, tanto en lo psicológico, lo social y lo biológico. A veces son sutilezas, pero las pacientes no las viven así. «Estoy de acuerdo en que las mujeres han sido las grandes olvidadas en la investigación. Todos los primeros ensayos clínicos se hacían en hombres por la posibilidad de que la mujer se quedara embarazada en el proceso.

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