PARA Y. Z. KAMI, todas las caras son dignas de atención. “Todas me parecen interesantes e incluso diría que todas me resultan bellas”, empieza por decir tras abrir la puerta de su estudio neoyorquino, bañado en una luz poderosa e impregnada de un inexplicable tono sepia. El pintor iraní jura que no hay excepciones a esa máxima. “O tal vez solo la de Adolf Hitler”, matizará segundos después. Nació en Teherán en 1956 con el nombre de Kamran Youssefzadeh, que no tardaría en trocar por un seudónimo más llevadero. Pero ya lleva más de 30 años en Nueva York. Allí sigue pintando a diario en este taller pegado a su residencia en el barrio de Chelsea que compró hace 20 años, justo antes de que los precios se disparasen. Es su forma de descifrar el misterio que encierran las caras de sus semejantes.

Detalle del estudio del artista.Detalle del estudio del artista. Erik Tanner

En una vida anterior, el lugar fue un estudio fotográfico que hacía retratos por encargo. A su manera, su nuevo inquilino sigue con esa tradición, como demuestran los grandes lienzos apoyados en las paredes, que reproducen caras de modelos anónimos pintadas con 10 o 12 capas de pintura. Esa superposición de acrílico les confiere unos contornos borrosos, que dan una ilusoria sensación de movimiento. “Cuando piensas en la cara de alguien que conoces, nunca te la imaginas congelada. Siempre hay un temblor. Intento reflejar esa vibración del alma”, apunta Kami como explicación, mientras sirve una taza de té. También parecen desprender una extraña calidad moral. Al creador le gusta escucharlo. “Tal vez por eso me parecen bellos”, sonríe.

Zona de trabajo en el estudio de Kami.Zona de trabajo en el estudio de Kami. Erik Tanner

Obras de la serie Endless Prayers y Domes, que hacen referencia a las distintas religiones del mundo.Obras de la serie Endless Prayers y Domes, que hacen referencia a las distintas religiones del mundo. Erik Tanner

Hay artistas que conquistan la cumbre en pocos años a golpe de ruido y de furia. Y luego están los que trepan la montaña a ritmo sosegado, deteniéndose cada vez que les falta el aliento,

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