Ramona vive en el centro de Madrid, pero aprovechó que cenaba con unos amigos en el sur de la capital para acudir a urgencias en un hospital menos concurrido, el de Fuenlabrada. Viene por un dolor de espalda que sufre desde hace unas semanas y lleva tres horas esperando a que le hagan un análisis de orina. “Pensé que aquí habría menos gente y que no tardaría mucho”, cuenta desde una de las múltiples salas de espera. Es miércoles y las salas de urgencias de este, y otros tantos hospitales, están abarrotadas. El pitido de la pantalla que anuncia el número del siguiente paciente se mezcla con la tos y los estornudos de los que siguen esperando. Es el turno de Ramona. “A ver si ahora no tardan mucho. Antes venía hasta por una gripe, pero últimamente tardan mucho. Ya paso”.

Ramona se levanta con dificultad y se dirige hacia su consulta. Mientras, Noelia devora su novela. “Esta vez me vine preparada porque en urgencias siempre toca esperar demasiado”, explica la madrileña sujetando con mimo su mano izquierda. Sus perros se pelearon y le lastimaron cuando intentó separarlos. Apenas tiene un par de rasguños pero decidieron venir para que “revisen que está todo bien”, dado que la operaron de la esa mano hace poco.

Tanto Noelia como Ramona han sido clasificadas como poco urgente en el sistema de triaje que utilizan en los hospitales españoles. Una vez el paciente llega, cuenta brevemente lo que le ocurre y, en función de la urgencia, se le atiende con más o menos premura. Así, los de resucitación encontrarán atención de manera inmediata. Los de emergencia serán atendidos entre los 10 y 15 minutos posteriores a su llegada; los de urgencia, antes de la primera hora. Y los de urgencia menor o sin urgencia esperarán entre dos y cuatro horas.

Para los doctores, es generalizada la sensación de atender a personas sin grandes emergencias en el servicio de urgencia. “Yo hay veces que hasta le saco fotos a los motivos por los que vienen”,

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