Pasadas tres décadas desde que se detectara el primer caso en el mundo, el contagio por VIH ya puede ser considerado una enfermedad de transmisión sexual más, gracias a los tratamientos que han logrado poner coto al avance devastador del virus en las personas que lo contraen. Pero superado el reto clínico, la sociedad aún no ha hecho lo propio con el estigma que aún cae como una losa en las vidas de los enfermos. Y menos aún con el miedo a tener que enfrentarse a un diagnóstico de VIH. En esto último es donde las estrategias contra el sida están fallando: en hacer las pruebas que diagnostiquen a tiempo y evitar que el virus se propague más.

Los datos epidemiológicos fueron hechos públicos por Sanidad esta semana con motivo de la celebración del Día Mundial de la Lucha contra el VIH que se celebra el primer día de diciembre. En 2018 se notificaron 3.244 nuevos diagnósticos de VIH en España, la mayoría en hombres (85,3%) y la media de edad es de 36 años. Los médicos, las autoridades y las organizaciones mostraron su insatisfacción con esta cifra, que luego se corrige por el retraso de notificaciones, como cada año, «y que suele quedarse rondando los 4.000 casos».

«Lo cierto es que llevamos una década sin conseguir bajar esta cifra», recalca Ramón Espacio, presidente de Cesida, ente coordinador de 72 asociaciones implicadas en la lucha contra la enfermedad. Las tasas de nuevos diagnósticos de VIH son superiores a la media de los países de la UE y de Europa Occidental. «Es cierto que la tendencia a lo largo de los años es descendente, pero no se produce la caída que nos gustaría», añade Espacio.

Las conclusiones del informe epidemiológico lo corroboran: la tendencia es descendente para los nuevos casos. «Está ralentizada en los últimos años», afirma Santiago Moreno Guillén, jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal de Madrid,

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