Escena 8. En el hospital infantil

Por muy mal que lo haya pasado en mi vida, siempre me he sentido bien en el escenario. Es mi refugio. Pero ahora debo de haber traspasado algún tipo de límite porque cada función de Jerjes me resulta un completo horror. No quiero estar ahí. No quiero. Quiero estar en casa, con mis hijas. Quiero estar en cualquier otro lugar antes que en el maldito Artipelag.

Y sobre todo, lo que quiero es poder contestar a la pregunta de Greta: «¿Cuándo me pondré bien?».

No tengo la respuesta. Nadie la tiene, porque primero debemos averiguar qué es lo que le ocurre, de qué enfermedad se trata.

Todo comienza con una llamada del centro de salud, más o menos un mes y medio después del inicio del cuatrimestre de otoño. Han pasado un par de semanas desde que empezamos a notar que algo no iba bien, y unos días desde que le hicieran unos análisis a Greta. Nos llama una joven médica.

—Los resultados de las pruebas no han salido del todo bien —dice, y nos recomienda que vayamos al hospital infantil Astrid Lindgren para someter a Greta a unas nuevas pruebas.

—¿Pedimos cita? —pregunta Svante.

—No —responde la médica—. Creo que es mejor que vayáis ahora mismo.

Quince minutos después recogemos a Greta del colegio y nos dirigimos a urgencias. Allí continúan las pruebas, y luego hay que esperar.

De modo que nos sentamos a esperar, sintiendo cómo la tensión y la preocupación van en aumento. (…)

Escena 12. La revancha de las chicas invisibles

El pulso de Greta aumenta según los informes del Centro de Tras-tornos Alimentarios, y por fin la curva del peso asciende lo suficien-te para que pueda someterse a un examen neuropsiquiátrico.

Nuestra hija tiene síndrome de Asperger, autismo de alto funcionamiento y TOC, trastorno obsesivo-compulsivo.

—También podríamos incluir mutismo selectivo en el diagnóstico, pero es un trastorno que a menudo desaparece con el tiempo.

 » Más información en elpais.es