1. Bilis negra

Empiezo por William Styron, otro que la padeció: “La depresión presenta tantas variaciones y tiene tantas y tan sutiles facetas —depende tanto, en suma, de la totalidad de causas y respuestas del individuo— que lo que para una persona es una panacea puede ser una trampa para otra”. Por supuesto, el término se ha banalizado: desde la “bilis negra” de la antigua melancholia que dejaba inermes a los anacoretas ante las insidias del “diablo meridiano”, hasta la depre que se alivia con unas copas o gastándose el sueldo en El Corte Inglés (quien se lo pueda permitir), la depresión reviste múltiples formas y gravedades, y la padecen más de 300 millones de personas. Depresión o victoria, crónica de una batalla, de Meritxell Durán (Reservoir Books), es el último libro sobre el asunto que ha llegado a mis manos: la crónica dibujada y autobiográfica de una de sus víctimas que expone sus efectos y cómo superarlos de forma sencilla y gráfica. Los mejores libros que he leído sobre la depresión son narraciones en las que la enfermedad (“el demonio”) aparece como motivo o telón de fondo, como en las historias paralelas de Clarissa Dalloway y Septimus Warren Smith en La señora Dalloway, de Virginia Woolf (1925; varias ediciones en bolsillo), o en La campana de cristal (publicada originalmente en 1963 bajo el seudónimo de Victoria Lucas), de Sylvia Plath (Literatura Random House); la última, afectada de trastorno bipolar como la primera, también supo plasmar su sufrimiento con menos palabras en su magnífico poema Tulipanes (Tulips), publicado en su libro Ariel (1965; Hiperión), del que les transcribo un par de versos hospitalarios: “Estoy aprendiendo paz, yaciendo a solas, en silencio / como yace la noche sobre estos muros blancos, sobre esta cama, estas manos”. Gaston Gallimard obligó a Sartre a cambiar el título de su novela sobre (entre otras cosas) la depresión: la Melancholia original (que había puesto en homenaje al impresionante grabado de Durero) pasó a ser La náusea (1938).

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