Todo comienza con las cenas de empresa en diciembre. Los estómagos se llenan, los horarios se alteran y el cuerpo tiene que acostumbrarse a una nueva rutina que se prorroga con reuniones de amigos, reencuentros familiares y los casi inevitables banquetes de Nochebuena, Navidad, Fin de Año, Reyes Magos, etc. Si no se tiene ojo, el comensal puede dejarse llevar a un estado que puede alterar la salud.

«Hay que ser sincero, pedirle a alguien que no coma los dulces u otros alimentos hipercalóricos que suelen haber en una mesa navideña, es como pedirle a tu hijo de cinco años que no se suba a la bicicleta que le acaban de regalar los Reyes Magos», escribe en su blog Yolanda Fleta, licenciada en sociología por la Universidad de Barcelona, especializada en sociología de la alimentación. «¿Cuántas veces hemos pensado: ‘Hoy no desayuno que como en casa de los abuelos’? Este hecho hará que lleguemos con más hambre y apetito, arrasando con todo lo que haya en la mesa», avisa Julia Farré, nutricionista graduada por la Facultad de Ciencias de la Salud Blanquerna

Los mariscos (ricos en ácido úrico), los mantecados y carnes grasas (ricos en grasas) pueden provocar acidez, flatulencias, abdomen hinchado o pesadez de estómago. El surtido de turrones, polvorones, bombones y las bebidas azucaradas aumentará los efectos negativos del consumo elevado de azúcares. Los efectos del alcohol son de sobra conocidos. Por todo ello, los expertos suelen recomendar moderación y límites, especialmente entre los grupos de riesgo. Por contra, existe una tradición colateral que puede ayudar. Las comidas suelen acompañarse por largas charlas que ralentizan el ritmo de ingesta, lo que sería idóneo si los comensales masticaran con más tiempo y tranquilidad para ayudar a la digestión y asimilación de los alimentos.

Pero existe otro problema con la elección de los menús tradicionales. ¿Se puede comer sano en estas fechas?

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