La epidemia de coronavirus de Wuhan amenaza, cada vez más, con convertirse en un nuevo elemento de fricción -uno más- en las complicadas relaciones entre Estados Unidos y China. Pekín ha dejado claro su malestar sobre el modo en que Washington ha reaccionado ante la mayor catástrofe que vive el país asiático en años. Medidas como la suspensión de vuelos o veto a los viajeros procedentes de China solo sirven, según el Gobierno del presidente Xi Jinping, para “crear y propagar el miedo”.

Es la segunda ocasión, en apenas tres días, en que Pekín ha dejado clara su irritación por lo que considera una reacción exagerada de la primera potencia. Este lunes, en una rueda de prensa ofrecida a través de internet -como parte de las medidas para evitar aglomeraciones y prevenir contagios-, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Hua Chunying, acusó a Washington de que, además de dar el pistoletazo de salida a una carrera mundial por cerrar fronteras y tráfico aéreo, “todavía no ha ofrecido ninguna ayuda sustancial a la parte china”.

La epidemia dista aún de estar bajo control en China. Los fallecidos ya suman 361, más que los 348 que dejó el SARS en este país en 2003. Los infectados son 17.238, de los que 2.296 se encuentran en estado grave, según las cifras divulgadas este lunes.

Y va a tener consecuencias duraderas. Este lunes, la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo, el todopoderoso organismo encargado de la planificación económica en China, reconocía que dejará un grave efecto negativo en la economía del país, en especial en el sector del consumo. En su reapertura tras el Año Nuevo lunar, el batacazo de las Bolsas pese a la promesa del Banco Central de una inyección de liquidez por 154.000 millones de euros para paliar el efecto de la epidemia servía de anticipo: el principal indicador de la Bolsa de Shanghái, el SSE, caía más de un 7,7%, el mayor desplome desde 2015, mientras que el segundo parqué chino, el de Shenzhen,

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