Las personas están expuestas diariamente a una mezcla de cientos de compuestos químicos. Eso implica que, aunque la exposición individual a cada químico se encuentre dentro de los márgenes de lo que se considera una concentración «segura», la combinación de químicos con efectos similares sobre el organismo puede alcanzar niveles dañinos para la salud. En otras palabras, el peligro está en las mezclas.

Los estudios poblacionales para evaluar la exposición humana a mezclas específicas de productos químicos no son sencillos. Sobre todo por el elevado número de individuos que deben ser estudiados para que los resultados obtenidos sean representativos. La toma de muestras de las matrices biológicas analizadas tradicionalmente, esto es, orina y sangre, son invasivas y costosas, al ser recolectadas por personal experto y/o con dispositivos especiales.

La saliva como alternativa en estudios de biomonitorización

La buena noticia es que existe una alternativa: la saliva. Este fluido se compone principalmente de agua, electrolitos, enzimas, inmunoglobulinas, productos metabólicos residuales y una gran variedad de sustancias orgánicas endógenas y exógenas. De secretarla se ocupan diferentes glándulas rodeadas de capilares que permiten el paso de sustancias desde la circulación sanguínea. Eso explica por qué la saliva puede ayudar a conocer la concentración de químicos existente en la sangre. Con varias ventajas añadidas: que la recolección de saliva no es invasiva, que permite tomar múltiples muestras al mismo individuo y que no requiere ni dispositivos especiales ni personal cualificado.

Rodeados de bisfenoles

De todas las mezclas de tóxicos a las que estamos expuestos, existe un grupo de químicos que preocupa especialmente a la comunidad científica por su elevado consumo y su capacidad para alterar el sistema endocrino: los bisfenoles. Entre ellos, destaca especialmente el bisfenol A (BPA), un químico industrial producido en gran cantidad y utilizado globalmente para la fabricación de plásticos utilizados en los embalajes de alimentos, dispositivos médicos, selladores dentales y juguetes, entre otros.

El BPA presente en los recubrimientos de las latas y otros envases migra hacia los alimentos,

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