En Wuhan, la pandemia y los rumores avanzan de la mano. Un apagón de internet, una procesión fumigadora, un virus contagioso como un desastre nuclear: todos tan inminentes como imaginarios. En la situación actual, solo lo que puede verse con los ojos escapa al pánico de las redes sociales o al control de las autoridades. Por eso, las ruedas de esta diminuta bicicleta de alquiler giran en dirección a un punto en el mapa 25 kilómetros a las afueras. Allí, lo que parecería el bulo más obvio es ya casi una realidad: un hospital levantado de la nada en menos de diez días. Con esta construcción –al que ya le sigue una segunda–, el gobierno pretende descongestionar los servicios médicos de la ciudad, desbordados ante la cantidad de pacientes y con recursos menguantes. Sus paredes acogerán a un millar de los infectados con el coronavirus 2019-nCoV, el cual según las últimas cifras ya deja 49 fallecidos y más de 2.000 infectados.

Las calles siguen desiertas: Wuhan se despierta en cuarentena por cuarta mañana consecutiva. Hoy es, además, el primer día en el que está prohibida la circulación de vehículos particulares en las carreteras. Con esta medida, el gobierno busca limitar al máximo la movilidad de los ciudadanos, una mayoría de los cuales optan desde principios de semana por guarecerse en el interior de sus casas. Desde ahora, para moverse por esta ciudad, con una extensión equivalente a 14 veces Madrid, solo valen dos pies o dos ruedas.

A lo largo de la travesía, que pronto abandona el escenario urbano en favor de la autopista, pueden verse varios perros, con collar y pelo cuidado, deambulando solos en medio de la nada. La preocupación ante posibles contagios ha provocado en Wuhan una ola de abandonos de mascotas.

Después de varios kilómetros, aparecen en el arcén una veintena de obreros. Cubren todo el espectro de edades: unos son jóvenes imberbes, otros ancianos de rostro arrugado. Están esperando a la camioneta que los llevará a la zona de trabajo.

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