El dramaturgo Tennessee Williams vivió la locura de cerca. También sus consecuencias. Sin ir más lejos, su hermana Rose quedaría inhabilitada para siempre por culpa de una lobotomía, técnica quirúrgica que consiste en trepanar el cerebro con ayuda de una aguja punzante y con ello remover los nervios hasta que salten por dentro. Tennessee Williams nunca lo superaría.

Tal vez, para practicar el exorcismo con el recuerdo y sobre todo con los pequeños diablos azules de la locura, como él los llamaba, Tennessee Williams se inspiró en esta técnica quirúrgica. Con ello, dio forma a una obra turbulenta y exquisita. Su título: De repente, el último verano; una metáfora sexual donde la confesión y la culpa se encuentran con el suero de la verdad bajo la sombra de una lobotomía.

Representación de 'De repente, el último verano'.Representación de ‘De repente, el último verano’.

En la citada obra, uno de los personajes es el doctor Cukrowicz, un médico que habla con lenguaje poético no exento de perfidia y con el que juega a las figuras utilizando “el cuchillo afilado en el cerebro (…) que mata al Diablo en el alma”. Sin duda, se trata de una operación que entraña un gran riesgo. Para operar en el lóbulo cerebral se requiere una rara mezcla de empeño y finura no apta para todos los pulsos.

La lobotomía requiere una técnica que viene de antiguo. Uno de sus pioneros, el psiquiatra suizo Johann Gottlieb Burckhardt realizó en 1888 el experimento con seis pacientes. Dos no mostraron cambios y de los cuatro restantes uno murió y los otros tres mejoraron solo un poco. Años después, a principios del siglo XX, siguiendo los pasos de Burckhardt, un neurocirujano estonio de nombre Ludvig Puusepp realizó otras tantas operaciones y parece ser que no acabó muy convencido con los resultados. Todavía faltaban unos años para que el renombrado neurocirujano portugués Antonio Egas Moniz difundiera la técnica de la lobotomía como solución eficaz ante la enfermedad mental. Una cirugía que no curaba la causa aunque sí los síntomas.

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