Harold Varmus, uno de los primeros investigadores que empezaron a definir el cáncer como una enfermedad genética, describía este mal como una versión perversa de nosotros mismos. A diferencia de una infección provocada por virus o bacterias, que se pueden aniquilar para recuperar la salud, los tumores surgen por un mal funcionamiento de los mismos mecanismos que nos mantienen con vida. Combatirlos requiere un complejo equilibrio entre el daño que se inflige al cáncer y el que se causa a quien lo sufre. La investigación de las últimas décadas ha permitido acotar con mayor precisión las diferencias entre las células sanas y las tumorales, comprender las causas del mal y atacarlo con mayor eficacia y menos efectos secundarios. Pero la lucha contra el cáncer sigue requiriendo equilibrios complicados.

Miguel Martín (Valladolid, 1954), jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y presidente del Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama (Geicam), lleva toda su carrera conviviendo con estos equilibrios, tanto en el tratamiento de sus pacientes como en la gestión de otros conflictos relacionados con el combate del cáncer. No niega la utilidad del trabajo de las empresas farmacéuticas, “que son las únicas que hoy pueden poner en el mercado nuevos fármacos” que incrementen la esperanza de vida de los pacientes, pero critica duramente un sistema que no es capaz de perseguir enfoques terapéuticos que, pese a su potencial para mejorar la vida de la gente, no den beneficios económicos.

Desde Geicam, una organización que lidera desde hace un cuarto de siglo, trata de compensar esos aspectos perversos del mercado y defiende la investigación como aspecto imprescindible para que en el futuro los enfermos de cáncer tengan mejores perspectivas que en el presente: “La investigación que se inicia ahora beneficiará a los pacientes de dentro de 20 años, hace falta inversión, mucho tiempo y la cooperación de muchísimas personas para avanzar”. Además, defiende la existencia de tratamientos preventivos farmacológicos que, junto a un estilo de vida más saludable, podrían reducir el impacto del cáncer de mama de forma drástica.

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