Darle un muñeco a un paciente de alzhéimer funciona, pero también lo haría darles un chupete y a nadie se le ocurre. No puede ser a cualquier precio. Les gusta porque están regresados, pero hay que aliarse con la parte adulta que preservan, no con la enfermedad. Al diabético le encanta el azúcar, pero no le viene bien. No podemos regirnos por el principio del placer ni patrocinar su confusión. Ya sea para combatir la descorazonadora apatía, para estimularlos o conectarlos al medio, no se puede flirtear con la transgresión de una línea roja moral: la dignidad. Existen terapias igual de efectivas sin la necesidad de vulnerar su atrofiada capacidad de autogobierno y decisión. Aunque sea desproporcionado, la infantilización del mayor está consignada como un tipo de maltrato. Ahora que conservo mi juicio, si me demencio, prefiero la apatía.
Aurelio Gallo
Madrid
Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.