Cuando uno de los responsables de comunicación de la Organización Mundial de la Salud le sugirió la «idea descabellada» de hacer una gala benéfica ‘online’ organizada por Lady Gaga, Tedros Adhanom Ghebreyesus la aprobó con satisfacción. «Me llevo todo el mérito pero no debería ser así», dijo a sus colaboradores sobre un evento con «numerosos músicos, humoristas y activistas». Ya había estallado la enorme emergencia humanitaria del nuevo coronavirus y la reputación del infatigable director general de la OMS, nacido en Etiopía en 1965, caía en picado con cada vida perdida.

El evento se programó para el mismo día que él participó en una «reunión virtual» con los ministros de Salud del G-20, donde recibió una donación de unos 450 millones de euros de Arabia Saudí, cuatro veces más lo que se recaudó el maratón musical con los Rolling Stones como cabeza de cartel. Aunque se le reconoce como un eficiente gestor que se propuso acabar con la burocracia en la OMS simplificando «los inaceptables 3.000 tipos diferentes de subvenciones» y una persona compasiva que ha llevado la sanidad pública a África, su sintonía con los regímenes autoritarios ha sido su talón de Aquiles.

Nada más llegar al cargo nombró como embajador de buena voluntad al dictador de Zimbabwe Robert Mugabe aunque reculó con las protestas, y propuso establecer una «nueva ruta de la seda sanitaria» calificando al presidente chino Xi Ping de «visionario».

A pesar de que Adhanom, que firma siempre con sus dos apellidos, recibe «un informe diario del estado de todas las emergencias», despreció durante semanas el coronavirus que tomaba fuerza en Wuhan. En diciembre médicos locales advertían de la peligrosa neumonía viral y eran encarcelados, y el último día de 2019 Taiwán envió un informe de alerta a la OMS. Pero su director general siguió negando la evidencia.

El 22 de enero se resistió a declarar la ‘emergencia de salud pública’

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