Desde que a finales de 2020 comenzaran a conocerse los resultados de los ensayos clínicos de las vacunas de la covid-19 más avanzadas los ciudadanos nos hemos familiarizado a la fuerza con nuevos conceptos sanitarios y técnicos que hasta ahora desconocíamos. Uno de ellos es la eficacia de las vacunas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) había establecido un mínimo del 50% de eficacia para respaldar los futuros sueros. Los aprobados hasta la fecha por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y la FDA estadounidense superan con creces esa cifra.

La vacuna desarrollada por Pfizer y BioNTech arrojó una eficacia del 95%, muy similar a la de la farmacéutica Moderna (ambas basadas en la tecnología de ARN mensajero). Luego llegó el suero de AstraZeneca y Oxford, con un 70% de eficacia, y de Janssen, con un 74% de eficacia. Pero, ¿qué significan realmente estos datos?

Erróneamente se ha considerado que si la eficacia se fijaba en el 95%, de 100 personas vacunadas, a 95 les haría efecto y las cinco personas restantes se quedarían fuera de esta protección. Tampoco significa que de cada 100 personas inoculadas, cinco vayan a contraer la enfermedad.

El coordinador de la unidad de ensayos clínicos del Hospital Universitario La Paz de Madrid,

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