Safira solía pasear por el paseo marítimo al salir de la escuela. Tenía tiempo para disfrutar del olor del mar hasta que terminaban sus hermanos pequeños. Les recogía y juntos iban a su casa a hacer los deberes. Sus padres trabajaban en una fábrica seleccionando y envasando arroz, que luego era exportado a diferentes lugares del mundo. Así era su vida cotidiana. Era, fundamentalmente, feliz.

Pero ya no existe el paseo. Ha sido inundado por el nivel del mar. No son los paseos lo peor que ha perdido Safira: la envasadora de arroz tuvo que cerrar, pues las crecidas del mar devastaron la cosecha, y sus padres perdieron el trabajo. Safira y sus hermanos tuvieron que cambiar de escuela y dejar las actividades extraescolares. A su hermano pequeño le cuesta respirar más que antes. Además, han comenzado a sentir el rechazo por vivir de las ayudas sociales: quienes antes les llamaban amigos, ahora les echan en cara ser extranjeros.

Esta historia no es real, pero podría ser la de una chica marroquí dentro de tan solo 20 años en, por ejemplo, Valencia. En nuestro país no es una realidad, pero sí lo es ya para muchos niños de las islas del Pacífico, las costas del Índico y del Caribe. En efecto, los científicos expertos han mostrado evidencias sobre los efectos del cambio climático en nuestros mares y costas. Según las predicciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el nivel del mar se elevará un extra de 26 a 98 centímetros para el año 2100. Y si la tasa de derretimiento de Groenlandia continúa al mismo ritmo (está en los niveles más altos en al menos 450 años, según un estudio aparecido en la revista Geophysical Research Letters), la elevación del nivel del mar será mayor. Son muchos los que hablan de que el nivel puede aumentar en unos dos centímetros en tan solo tres décadas.

El cambio climático tiene consecuencias directas sobre la salud de los niños,

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