Guiados por nuestra particular manera de ver las cosas, los humanos actuamos en función de dos procesos mentales mutuamente imbricados: el razonamiento lógico, organizado desde la corteza cerebral prefrontal, y los sentimientos que ese razonamiento origina, organizados desde la amígdala y otras estructuras del interior del cerebro. Ambas regiones cerebrales están interconectadas haciendo que nuestros razonamientos movilicen y cambien nuestros sentimientos y que éstos, a su vez, también influyan en nuestro modo de razonar y ver las cosas. Ninguna persona con un cerebro sano puede detener voluntariamente alguno de estos dos procesos y funcionar sólo con el otro. Es decir, no hay personas puramente racionales ni personas puramente emocionales. Somos seres racionales y emocionales a la vez.

Ese modo de funcionar del cerebro y la mente humana se pone especialmente de manifiesto cuando expresamos públicamente opiniones sobre cuestiones de cierta relevancia, pues con frecuencia nos volvemos esclavos de esas opiniones tratando de mantenerlas a toda costa incluso cuando sabemos que no están suficientemente justificadas. Nos estamos refiriendo a opiniones, supuestamente sinceras, que tratan de valorar una situación, como cuando se afirma que la corrupción es resultado de leyes económicas injustas, que el nacimiento de Vox es consecuencia del secesionismo, que el menor rendimiento en el trabajo se debe al tabaquismo o que la violencia de género se soluciona con la pena de muerte, por poner algunos ejemplos.

El tratar de sostener opiniones de un modo pontifical sobre cuestiones de actualidad se observa no solo en intelectuales, periodistas, políticos o cargos públicos, sino también en personas corrientes en sus relaciones sociales de trabajo, la familia o los amigos, aunque la intensidad del sostenella y no enmendalla depende mucho del carácter, los intereses y las experiencias previas de cada persona. Pero hay veces en que ni siquiera es necesario un interés especial en retener una opinión para que la tenacidad sea suprema en el aferrarse a ella, incluso cuando es difícilmente sostenible. ¿Por qué nos comportamos de ese modo? ¿Por qué nos cuesta tanto rectificar cuando nos equivocamos?

La explicación está en dicha interacción entre procesos racionales y emocionales de la mente humana.

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