Gracias a su hocico, un perro puede detectar una cucharadita de sal diluida en 100 litros de agua y localizar a una persona con el rastro que dejó en un lugar tres días atrás. Su asombroso olfato es una de las cualidades que mejor le definen como cazador, rastreador y, quién sabe si en un futuro muy próximo, también como detector de enfermedades.

Los científicos ya tienen algunas pistas de lo que es capaz de hacer. En abril de este año, investigadores de la Universidad de Rennes, en Francia, publicaron en la revista Nature un artículo en el que detallan cómo los perros huelen determinados compuestos químicos presentes en los episodios epilépticos. Su próximo reto es entrenar a estos animales para que identifiquen la crisis antes de que se produzca. No parece fácil, pero sabemos que el privilegiado olfato canino supera incluso la capacidad de la tecnología humana en la detección de drogas y explosivos. Este potencial está ahora en el punto de mira de la oncología, dada la necesidad de un método de detección temprana que sea económico y no invasivo. Pero, ¿a qué huele el cáncer?

Cada enfermedad desprende un aroma

A lo largo de la historia, los médicos han olido los fluidos de sus pacientes y, de acuerdo con sus pesquisas, la infección de vejiga apesta a amoníaco, la diabetes a acetona, la esquizofrenia a vinagre y la insuficiencia hepática a pescado crudo. ¿Y el cáncer? En 2008, el químico estadounidense de origen húngaro István Horváth lideró un estudio que pudo probar, en experimentos controlados, que los perros entrenados diferencian varios tipos y grados de tumores de ovario. Sin embargo, advirtió de que no podría llevarse a la práctica por falta de precisión y la cantidad de factores susceptibles de interferir.

Dos años después, unos investigadores japoneses identificaron varios compuestos orgánicos volátiles como candidatos para la detección temprana de la enfermedad, a través del aliento de pacientes con cáncer de pulmón, mama y colorrectal. El diagnóstico corría a cargo de un perro,

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