Las muecas de Britney Spears marcan su carrera. Este fin de semana, 12 años después de la crisis que sufrió frente a los paparazis —que la llevó a raparse la cabeza o amenazar a los periodistas con un paraguas—, su imagen ha vuelto a hacer saltar las alarmas. El pasado domingo, la cantante estadounidense de 37 años fue vista fuera del centro psiquiátrico en el que se internó voluntariamente hace 20 días. Iba con su novio, el entrenador personal Sam Asghari, de 25 años y se disponía a disfrutar de un día libre, según informaron fuentes cercanas a la cantante a Page Six.

Las imágenes han dado la vuelta al mundo porque recogen la primera vez que la cantante aparece ante los medios desde su internamiento. Se trata de unos escasos segundos en los que se le ve saliendo del Hotel Montage en Beverly Hills (Los Angeles, California), ataviada con un vestido corto rojo, sandalias, un bolso negro y el pelo suelto. Todo bastante normal si no fuera por su mirada perdida e, incluso, atemorizada. “Britney está pasando por un momento duro tratando de lidiar con los problemas de salud de su padre”, aseguraban esas mismas fuentes al portal estadounidense. “Britney no ha estado bebiendo o drogándose ni nada por el estilo, solo está sufriendo problemas mentales y emocionales difíciles”, agregaban. Pese a que en multitud de ocasiones los paparazis han fotografiado a Spears con aspecto desaliñado, la cara opuesta de la que presumen en videoclips y actuaciones, nunca ha parecido tan aturdida o desorientada como hasta ahora.

Jamie Spears, de 66 años, padre de la cantante, fue operado de urgencia a finales de 2018 por una ruptura de colon que casi le cuesta la vida. En enero, la intérprete de Toxic anunció que pospondría indefinidamente su segunda estancia de conciertos en Las Vegas programada entre febrero y agosto de este año para cuidar de él, de quien, ha asegurado en múltiples ocasiones, se siente muy unido.

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