En casa de Jorge, se han establecido desde hace tiempo una serie de normas de obligado cumplimiento en torno al móvil. “Él mismo me reconoció que era incapaz de estudiar 20 minutos seguidos. Dejaba el libro o los apuntes y volvía al teléfono. Fingía que escuchaba a sus padres, pero en el fondo no les atendía”, recuerda el profesional que le atendió, y que prefiere mantener el anonimato. Una adicción que en gran parte tenía que ver con lo que pasaba en casa: padres ausentes y pendientes demasiadas horas al día de sus respectivos teléfonos. Este caso refleja lo que es el phubbing: cuando una persona ignora a otra y se abstrae del entorno que le rodea al estar más pendiente de su teléfono móvil que de sus acompañantes humanos.

Los expertos coinciden en que la mayoría de los menores que sufren esta adicción normalizan el acto de sumergirse en la pantalla por imitación. Un ejemplo típico, explica el profesor de Psicología de la Universidad Camilo José Cela (Madrid) Mateo Pérez Wiesner, es el de los padres en las comidas o en las cenas. “En vez de prestar atención a la conversación familiar, no quitan el ojo al móvil. Y los adolescentes sufren, aprenden e interiorizan esa conducta que después replican con sus grupos de iguales”, afirma. Además de la desatención, otro de las consecuencias de quienes padecen esta adicción es que la sensación de aislamiento se extiende a los otros interlocutores.

Adultos enganchados al teléfono

En demasiadas ocasiones el origen del phubbing radica, pues, en los propios adultos. Muchos progenitores no son conscientes de que los problemas de incomunicación y de aislamiento que reprochan a sus hijos parten precisamente de ellos, de su excesiva dependencia del móvil.

Otro síntoma de esta adicción es que la sensación de aislamiento se extiende también al otro interlocutor

“Los padres deben servir de ejemplo. Si ven que los adultos hacen un uso incorrecto del móvil, los niños entenderán que socialmente es algo aceptado y lo normalizarán”,

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