En 1998 el debate sobre la eutanasia arreció con fuerza en España por el caso de Ramón Sampedro, el gallego tetrapléjico que quería morir pero no podía hacerlo porque solo su cabeza tenía vida. Ayudarle a morir era y es delito. Desde entonces, el debate no es tanto social como político. Los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas muestran que la mayoría de los españoles están a favor de la eutanasia, lo mismo que del suicidio asistido y de los cuidados paliativos, estos ya generalizados. Pero la muerte digna se ha atascado en el Congreso y los familiares siguen viendo cómo los suyos se apagan entre sufrimientos terribles o sobreviven sin quererlo peleando por un final digno.  Este jueves, el dramático desenlace de María José Carrasco devuelve el asunto al debate, a 24 días de las elecciones. Otros lucharon por lo mismo.

Ramón Sampedro. Galicia. Enero de 1998.

El gallego cuya historia inmortalizó el cineasta Alejandro Amenábar con un Oscar, murió a los 55 años, tetrapléjico desde que tenía 26. Fue el primer español que acudió a los tribunales para reclamar su derecho a una muerte digna, pero no tuvo éxito. Tomó la decisión por su cuenta. “Sé que puedo hacerlo y lo haré dentro de pocos meses”. Ramona Maneiro fue la mujer que lo ayudó a llevarse el vaso a la boca y confesó años después, cuando el delito ya había prescrito.

Madeleine Z. Alicante. Enero de 2007.

La mujer acabó con su sufrimiento con la ayuda de dos voluntarios de la asociación Derecho a Morir Dignamente. Tenía 69 años y esclerosis lateral amiotrófica (ELA), paralizante y fatal. Madeleine huyó de niña de la persecución nazi, sobrevivió a la horrenda muerte de su segundo marido y a los maltratos del primero. Pero entrevió que la enfermedad sí le robaría la dignidad que siempre la acompañó.

Inmaculada Echevarría, Granada. Marzo de 2007.

Esta mujer de 51 años que padecía distrofia muscular progresiva vio cumplido su deseo de que le retirasen el respirador que la mantenía con vida y falleció en un hospital público después de una larga lucha para que no se le mantuviera con vida artificialmente.

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